Hace ya muchos años, en un soundcheck con Rocío Banquells, el
ingeniero de monitores estaba mandándome el regreso de mis tambores. Yo
me sentí muy incómodo con el sonido, porque las congas sonaban como
botes. Se lo comenté al ingeniero y me contestó de muy mala gana “ok,
qué quieres entonces?”. Yo no sabía qué contestar, lo único que sabía es
que el sonido del tambor sonaba raro, poco natural. Como no sabía qué
contestar, le dije: “Esque mira, ven, acércate al tambor y
escúchalo así, sin los micrófonos. Cuando escucho los tambores por mi
monitor, yo no escucho ese sonido natural, escucho otras frecuencias”.
El ingeniero me contestó “frecuencias? Ahora resulta que los músicos
saben de frecuencias”. Y se fue a su consola a tratar de arreglarlo.
Nunca sonó, pero tampoco me quedaron ganas de seguir pidiéndole, y así
me aventé el show.
Pese a que el ingeniero fue Bien Pinche
Majadero, en el fondo tenía razón, pues cuando me preguntó qué era lo
que necesitaba, yo no supe qué contestarle. Y eso me impulsó a aprender
detalles desde cómo colocar bien un micro (que a menudo quienes los
colocan son los jalacables y no los ingenieros), hasta las frecuencias
que afectan el sonido de mi tianguis.
Por eso, quiero
agradecer al ingeniero Juan Gabriel Fernández, porque pese a que su
influencia en esta historia haya sido completamente involuntaria, de no
haber sido por su respuesta y lo frustrado que me sentí, yo jamás
hubiera aprendido de frecuencias y ecualización; y en una de esas
tampoco hubiera sabido apreciar todo lo que los ingenieros hacen (y en
su caso lo que no hacen también) por nosotros.
Por fortuna,
muchos años después pude agradecerle personalmente a Juan por eso. Así
que esta historia ya la conoce de mi propia boca.