Para mí, uno de los mayores aciertos del soundtrack que tuvo Steven Price en la película Gravity, fue el balance perfecto de la música y
los silencios, que, créanme, fueron muchos.
No imagino a la Academia pretextar que debido a los silencios que manejó el compositor, éste no debía competir. De hecho fue tan certero el uso de esos dos factores, que Steven Price ganó el Oscar en aquella ocasión.
No imagino a la Academia pretextar que debido a los silencios que manejó el compositor, éste no debía competir. De hecho fue tan certero el uso de esos dos factores, que Steven Price ganó el Oscar en aquella ocasión.
Es injusto que ahora sean ellos mismos quienes descalifiquen de la
contienda la banda sonora que Antonio Sánchez hizo para la película Birdman.
Y pese a que los 244 profesionales que meten su cuchara en la Academia han
dejado claro que su decisión no tiene que ver con la calidad de su trabajo,
resultaría doblemente preocupante el hecho de que la descalificación se deba a
la estúpida idea de que una banda sonora hecha con una batería no tiene el
mismo peso que una banda sonora hecha con algún otro instrumento.
Pero como si dos preocupaciones no fueran suficientes, una
tercera se asoma cuando habiendo
personas como Antonio Sánchez, o Erskine, o Colaiuta, o Gadd, o tantos dignos
ejemplos (y algunos de ellos también mexicanos), nuestros mismos compañeros de trabajo, es decir, los mismos músicos, entre broma y broma, sigan
diciendo que los bateristas ni músicos son.
El ritmo también es música. Y si no comenzamos por respetar eso, los de la Academia (o
peor aún, hasta los del SUTM o los que ni por accidente han logrado lo que Antonio Sánchez con su batería), volverán a intentar sesgar su opinión por una perspectiva discriminatoria. Perspectiva que, dicho sea de paso, probablemente nunca los llevará a contender por un Golden Globe o un Oscar.
